Si “esto” resultara ser la respuesta de “aquello”, “aquello” resultaría ser la pregunta de “esto” para el que “sabe” la diferencia. Parecería que no hay relevancia en la respuesta más que en la pregunta, pero sí queda clara la suma importancia de “saber”. Esta dicotomía es la verdadera vida que destella cuando “sabemos” si estamos eligiendo preguntar o responder.
La disposición natural y propietaria del hombre a cavilar es lo que diferencia al hábil del cadáver. Es en esa avidez de conocimiento en la que el ser humano inteligente se regocija y es en esa capacidad de elegir en la que se expresa su verdadera esencia. Quien regala su discernimiento o “se saca tripas (cerebro, en este caso) pa’ meterse paja”, realmente muere. Quien presta su mente, muere. Quien cede su conciencia, muere. Quien renuncia a pensar, muere. Quien se deja manipular, muere. Quien no se percata de que todo es una elección, al elegir dejar que otro elija por él, muere. Solo vive el que sabe, dijo Baltasar Gracián, pero no dijo saber qué. Esa es la vida y a ella solamente se le vive por vía del uso del conocimiento.
Para vivir hay que decidirse a saber, a elegir y a saber elegir. Si esto es aquello o aquello es esto otro, ¡no importa! Hay que sentir la vida en la potestad de tomar las decisiones.